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El Valor de una Niña de Postguerra




La noche anda ya avanzada, es un día de primavera en Mágina y me encuentro deleitándome con la constante y parsimoniosa caída del agua del caño sobre la alberca. La oscuridad inunda el paisaje, algunos sonidos llegan difuminados desde el pequeño valle del arroyo. Con el paso del irreversible tiempo la vista cada vez se adapta más a la penumbra. Sentado sobre el tronco de pino una inmensa mole de chopo se cierne en la frontal de la mirada, su silueta enlaza con la de la serranía de enfrente, haciendo un todo con el majestuoso cielo estrellado hasta no poder más. Después de un instintivo movimiento un chapuzón suena muy cerca de mí, la pequeña rana se habrá asustado no esperando tal figura en la cercanía de su ecosistema acuático, en esos momentos en los que la naturaleza les tiene reservado el gran escenario sólo para ellos, sólo para la vida salvaje.
Llegada a los cortijos del Preñao y Pedro Montes



La mente empieza a notar el descanso del entorno, la respiración cada vez es más sosegada, el ruiseñor insiste en su melodía, que junto con la imagen estelar hace que los pensamientos fluyan con una armonía inusual. Un movimiento extraño en el agua me hace ponerme en alerta, enciendo la linterna y sorprendo a una pequeña culebra de cogulla que quiere escapar de mi curiosa persecución, bucea y de repente asoma su collarina cabeza para introducirse por el caño de la alberca. Desaparece, en ese instante recuerdo cuando reconstruí ese antiguo albañal, el cual perteneció a uno de los cortijos de gran solera de la sierra de la Contraviesa, en el llamado Cerro del Gato de Albuñol. Su nombre, cortijo del Preñao, y viene a cuento este recuerdo porque allí ocurrió una de esas bellas y curiosas historias de la época de la postguerra civil española, la cual llegó a mis oídos por una casualidad durante una visita a la morada de mis padres.

Subía las escaleras llamando la atención de mi madre, pero ella no contestaba, sólo escuchaba a lo lejos la voz de una persona que me recordaba a alguien, pero no sabía ponerle cara. Me fui acercando al balcón y allí estaban las dos, dos buenas amigas de la adolescencia recordando y platicando sobre tiempos pasados y disfrutando de los momentos actuales. Tienen la misma edad, sobrepasan los ochenta, pero, aunque muy distinta la una de la otra, ambas mantienen una amistad entrañable, mi madre y la protagonista de la historia, Mari Carmen, Carmencilla la del Preñao.
Pronto entro en su conversación, y le pregunto a Mari Carmen si es cierto que cuando era joven y vivía en aquel cortijo tuvo una experiencia con los Maquis de la zona. Ella se sorprende de la pregunta, y enseguida me empieza a contar. Mi madre se limita a escuchar, escapándosele algunas lagrimas de pena y añoranza por los tiempos pasados y que por desgracia ya jamás volverán.
Cortijo de Preñao en la actualidad
“Todo ocurrió durante el 7 de mayo y el 8 de madrugada de 1947. Carmencita tenía 15 años, acababa de bajar de la era, situada en la parte de arriba del cortijo del Preñao, había estado ayudando a aventar la cebada que habían recogido el día anterior. En la puerta del cortijo, en la explanada, se encontraban los obreros que habían estado trillando y recogiendo las mieses junto con su padre, echaban un cigarrillo, acababan de dar de mano. Enfrente, desde el cortijo de Pedro Montes, salían un grupo de obreros que al atravesar el barranco e iniciar la cuesta hasta el Preñao parecían contentos acompañados del amo de dicho cortijo. Pero al llegar a la explanada se dieron cuenta, ya tarde, que no eran trabajadores del campo, eran maquis, bandoleros. Estos empezaron a vociferar asustando a los obreros que no sabían qué hacer, los maquis, mediante golpes y agresiones, hacían que todos levantaran las manos al grito “¡somos los guerrilleros de Francia!”. El jefe de todos ellos era el famoso “Polopero”, muy conocido por estos lares por su violencia cuando asaltaba cortijos del lugar o cuando se cruzaba con patrullas de guardia civiles.
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En unos instantes tenían retenidos a todos los obreros además de al padre y a la madre de Mª Carmen, junto con sus hermanos Frasco, Juan y José. La niña, al ver lo que ocurría, no se dejó ver, ya que cuando sucedía este altercado, ella estaba dentro de la vivienda limpiando el tubo de un quinqué. De esta forma ella escapó rápido hacia las cámaras, cogió las escopetas y salió por la puerta de arriba para esconderlas debajo de los penachos y del maíz. En ese mismo lugar se escondieron ella, una amiga que había venido a verla ese día y la joven maestra del cortijo de los Chaulines. De pronto pensó que si descubrían los bandoleros que habían escondido las armas podrían tomar represalias contra sus padres, así que volvió a salir del escondrijo y colocó las escopetas en su lugar de origen.
El miedo era pavoroso entre las damiselas, no sabían lo que podría ocurrir, no sabían qué buscaban esos malhechores, por qué allí, cuando en toda la contienda de la Guerra Civil jamás habían tenido un altercado con ninguno de los dos bandos. Entre las conversaciones que oyeron descubrieron que conocían muy bien estos cortijos, estaban bien informados, posiblemente por obreros que tenían de confianza en ambas haciendas. A Pedro Montes le exigían que les diera la pistola que tenía, aunque éste lo negó en todo momento y no les entregó el arma. A Frasquito, su padre, le pedían cien mil pesetas de las últimas ventas de productos agrícolas, lo cual no podía entregar porque lo había invertido recientemente en la compra de nuevas tierras.
Los bandoleros, viendo que todo se le tornaba a mal se reunieron aparte, y de manera violenta mediante golpes y empujones sacaron al mulero de su padre y a su hermano Frasco del grupo, habían decidido que estos se acercaran a Albuñol a pedir un préstamo al prestamista del lugar, Don Antonio Cueto. Les dejaron bien claro que en ningún momento podrían decir lo que realmente pasaba en el cortijo, sólo que necesitaban el dinero urgentemente para su padre, que estaba a punto de cerrar un trato muy beneficioso. Si esto no era así, con palabras textuales del propio Polopero, “mataremos a todos los del cortijo, incluido al de pecho (por un niño que tenía uno de los trabajadores)”.
Sendero del Cerro del Gato hacia el cortijo
Su hermano y el mulero se dirigieron al anochecer hacia el pueblo, allí dejaban maltrechos a todos los secuestrados. Bajando la cuesta del cerro del Gato iban cavilando cómo hacer la tarea sin levantar sospechas, la incertidumbre se apoderaba de ambos. Cuando entraron en la población estaba todo muy tranquilo, era un día de primavera sosegado, un grupo de niños jugaban en la plaza del pueblo. Se dirigieron a la casa del tal Cueto, al tocar varias veces en la puerta se dieron cuenta que no estaba allí, entonces decidieron contar lo ocurrido a varios vecinos, incluido su primo Joaquín el de la fonda, de esta manera consiguieron parte del dinero, pero Albuñol se puso en alerta.
Mientras tanto en el cortijo las cosas empezaban a cambiar, el jefe de ellos decide llevarse secuestrados a Pedro Montes y a su padre lejos de donde se encontraban. En ese instante, al oírlo, Mª Carmen sale del escondrijo y dice que ella se va a donde vaya su padre, el Polopero sorprendido la zarandea echándola para atrás, ella se empecina y se abraza a Frasquito. El bandolero recula y con un fuerte resoplido le dice a la niña que debe quedarse, ya que su padre morirá y ella tendrá que venirse sola hasta la hacienda. Eso no la convence y consigue irse con todos ellos, los bandoleros, su padre y el amigo.
Inician el camino al atardecer, suben hacia el cortijo de los Amates, para seguir cruzando la carretera para ascender por el cerro Gordo, por encima de Sorvilán. Al atravesar la zona de campiña uno de los bandoleros se queda vigilando la posible llegada por la noche del dinero. El resto sigue su camino hasta llegar después de varias horas a una gran encina. Allí paran, será el lugar donde monten su pequeño campamento. La noche estaba bien avanzada cuando se acercó el Polopero hasta la niña, empezó a conversar con ella, era un hombre joven y atractivo, y entre sus palabras dejó entender que había sido maestro de escuela. Le dijo a Mª Carmen que era muy bella, y que cuando gobernara Negrín en España vendría al cortijo para llevársela y casarse con ella. La niña, sorprendida, no hizo mucho caso de lo que oía ya que el miedo a perder a su padre la tenía ensimismada.
Explanada del cortijo
La noche seguía prolongándose, los mandados no aparecían por ningún lado, cada vez se marcaba más nerviosismo en el entorno. De vez en cuando, llamándose con el nombre de camaradas, se discutían, no descansaban ni un instante, no se dormían. De madrugada varios de los bandoleros saltaron al unísono totalmente crispados por no ver aparecer el dinero por ningún lado, cogieron a los dos secuestrados y los subieron de un empujón encima de un balate. Decían que los iban a fusilar sin ninguna piedad. Los hombres pedían clemencia, la niña gritaba y se aferraba a las piernas de su padre, entonces los maquis, al ver que la niña no paraba, la subieron también con ellos, era un quejido constante bañado en un mar de lágrimas. En ese instante, cuando parecía que se iba a  producir la tragedia, apareció el Polopero que estaba retirado descansando y al grito de la niña despertó, llegando muy enojado y gritando en voz alta “¡sí habrá tiros, pero hacia los mismos camaradas!
Después de esto el jefe de la banda decidió que de esta forma no conseguirían el dinero, así que los dejó ir, advirtiéndoles que en unos días pasarían de nuevo por el cortijo para cobrar el dinero, y que si eran apresados o matados por la guardia civil, no dudarían al poco tiempo volver el resto para matar a toda la familia y meterle fuego al cortijo.
Viéndose libres echaron a correr de forma desesperada, Carmen, la niña, le dio tiempo a coger de un asa la garrafa de vino, ya vacía, que los maquis le habían robado, y de esta forma recuperar al menos el recipiente. Cuando corría hacia abajo le vino a la mente un hecho ocurrido con los maquis precisamente a la familia de Pedro Montes, a los que habían matado por la espalda, así que Carmen paró y observó lo que dejaba atrás, para asegurarse de que no serían tiroteados a sangre fría. Vio como subían para después desviarse hacia los montes cercanos de la costa, donde decían que los tenían recogidos en el cortijo de San Pedro, llegando en una ocasión a estar la guardia civil en el mismo cortijo con los dueños mientras ellos estaban en una habitación contigua. A la larga se supo esto y la guardia civil castigó severamente a esta familia.
Panorámica al Mediterráneo desde la puerta del cortijo
Después de dicha observación la niña siguió la carrera hasta encontrarse con su padre y su amigo que la esperaban en la carretera del cerro Gordo. Prosiguieron su camino con mucho miedo, ya que todavía era de noche y no sabían con qué podrían encontrarse. Pronto llegaron al Preñao, su sorpresa fue enorme, los “civiles” de toda la comarca se encontraban en sus alrededores, habían tomado el cortijo. Lo que no habían conseguido las fuerzas del estado lo había materializado un pequeña niña, su valentía había hecho que estos dos hombres no murieran en manos de unos desaprensivos bandoleros.
Una vez reunidos en familia con su madre y hermanos, decidieron no quedarse ni un momento más en el hogar de toda su vida, las palabras del Polopero los intranquilizaba sobre manera, así que cogieron los cuatro bártulos más precisos y se marcharon hacia la casa de los Muñoz de La Rábita, mientras que la estirpe de Pedro Montes se marchó hacia el Cortijo Bajo. La despedida fue muy entrañable, habían sido vecinos y amigos durante varias generaciones, y ahora el destino los había juntado para separarlos para el resto de sus vidas.
Frasquito el del Preñao y toda su familia se trasladaron a vivir a la ciudad de Almería, a la casa de los Muñoz hasta que pudieron comprar la suya propia. Desde entonces jamás volvieron al cortijo, y los productos que generaba el mismo, los recibían de vez en cuando, ya que el medianero se los enviaba con el camión de los Morales hasta la misma ciudad. Con el tiempo compraron casa también en Albuñol, pasando en esta población largos periodos de su vida. Sin embargo, su existencia en torno a los cortijos habría desaparecido para siempre”.
La era desde donde vieron aparecer a los bandoleros

… El ruiseñor ya no se oye, la noche empieza a clarear, es hora de volver a la morada. Una historia más, una vida más. Aprovecharemos los momentos que nos quedan.



A Mari Carmen y a sus hijos, que seguro habrán disfrutado y difrutarán de una mujer de armas tomar.

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