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Una Brecha hacia la Vida

Son Paula y Juan, dos supervivientes en todo el sentido de la palabra. Acabo de disfrutar de una tarde sosegada con sus palabras experimentadas por una vida de treinta años de convivencia. Tienen tres hijos, imagino que orgullosos de ellos, que seguro llevarán marcados en sus hábitos los momentos vividos por ambos, esos momentos que habrán hecho de la familia un lugar apaciguado de charlas fructíferas.

Expedición al Everest 2003

No he podido terminar el café, se ha enfriado, Juan no para de platicar y yo aguzo mis oídos, sus palabras rezuman sabiduría, y sólo tiene 53 años. Su mujer complementa sus historias, claro, las ha vivido siempre al pie del cañón. Son sencillos, humildes, humanos; prácticamente sin conocerme han abierto sus puertas y sobre todo su corazón a una persona sorprendida y con ansias de conocer sus vivencias.



Hace ya algunos años, en 1995, apareció en los medios de comunicación una dramática noticia, un montañero había sufrido una tremenda avalancha en Sierra Nevada. Al poco tiempo a ese montañero lo conocí durante una maratón, era muy popular y otro corredor me comentó quién era. Con el tiempo, en una de las galas de “Personajes Relevantes de Granada” volví a encontrármelo, allí comenzamos un intercambio de narraciones de experiencias en la naturaleza, sobre todo él, ya que yo me limitaba a simplemente a escucharlo. En aquel momento quedamos en que pronto nos veríamos para preparar un artículo sobre las experiencias vividas en aquella imprevisible avalancha serreña.

Por fin estoy con él, el momento esperado ha llegado, pertenece al cuerpo de la Guardia Civil, a la Sección de Montaña de Granada. Es un deportista de élite, no sé desde cuándo, pero actualmente realiza un entrenamiento diario de aproximadamente tres horas, fue legionario, sus primeros años de vida los pasó con su familia en un cortijo cercano al Mediterráneo. Es un gran maratoniano, su estancia profesional continua en Sierra Nevada le hace poder entrenar a esa altitud, ha ascendido a algunos picos míticos, llegando a su culmen con la ascensión al Aconcagua, para preparar lo que después sería una de sus grandes hazañas, la consecución de la cima más alta del planeta, el Everest.



Viendo la película de aquella experiencia me va comentando cada una de las situaciones vividas, en el año 2003, y con motivo del 50 aniversario de la primera conquista del Everest, se proyecta una expedición por parte de expertos montañeros de la Guardia Civil española, entre ellos el protagonista de esta historia. Como jefe de expedición el conocido Fernando Garrido, record del mundo de permanencia en altura en el Aconcagua, el resto ocho fornidos compañeros más del Cuerpo. Después de más de dos meses de preparación y aclimatación en el Himalaya, llega el momento de intentar hacer cima, en los últimos momentos quedan dos expedicionarios para intentarlo, ya relativamente cerca del objetivo se debe retirar uno de ellos, sólo queda uno, Juan. Debe seguir, sus compañeros tienen puestas todas sus esperanzas de triunfo en él, su perseverancia y capacidad de sufrimiento le hacen no desfallecer, y a las 12’45 pm del 21 de junio consigue hoyar la cima de las cimas. Ahora, después de saborear la casi consecución del desgarrador esfuerzo, toca descender, las fuerzas flaquean y la soledad sin comunicación por radio con sus compañeros lo envuelven en un mar de dudas. Cada vez está más cerca del tercer campamento, allí le esperan algunos de sus amigos que creen que puede haber perecido, pero la noche se echa encima y cada vez se encuentra más solo. Con su frontal encendida y con el terrible viento gélido sobre la faz, sus pensamientos lo acercan hacia la desesperación, no se encuentra con fuerzas para seguir, pero sin saber por qué se deja llevar por sus instintos animales, y la fortaleza física y mental le hacen llegar extenuado al campamento. Sus compañeros, después de 21 horas desaparecido, no pueden creer lo que ven, es él, su amigo, su esperanza, su desvivir. Después de un jolgorio descomunal bajan hacia el siguiente campamento donde es recibido con todos los honores, uno de sus colegas ha perdido por completo la visión durante la expedición, tienen que bajarlo durante más de una veintena de kilómetros, pero lo real es que el objetivo lo han conseguido. Sus compañeros se quedan unos días en Katmandú, él tiene que volver con urgencia a España, se le han congelado todos los dedos de las manos y necesita una curación imperiosa. Por esta vez la aventura ha terminado.



Después de esta excepcional aventura, me entrega en unos folios la terrible experiencia sufrida en Sierra Nevada, y es ésta la que a continuación trascribo, esperando que los lectores sepan utilizarla en bien de su supervivencia en el planeta.

“En el invierno de 1995 mi amigo Pepe y yo decidimos realizar un travesía en esquíes por Sierra Nevada, la ruta iba a transcurrir por la senda que va desde la virgen de las Nieves hasta el refugio del Río Seco. Por razones técnicas y físicas acordamos que yo seguiría hacia adelante, y que quedaríamos en el refugio mencionado. Cuando íbamos a una distancia considerable el uno del otro, y encontrándome en una llanura de la cara sur del pico Veleta, surgió un estremecedor ruido a mi izquierda, la imagen fue desgarradora, un gran alud se estaba formando en esa pared y venía en la dirección en la que yo me encontraba. Puse mis esquíes hacia la máxima pendiente, cuando en ese momento me hundí en la masa de nieve, sabiendo que a pocos metros de mí se encontraba un cortado de unos veinte metros de altura, en esos momentos pensé que estaba a punto de caer a un abismo mortal, qué forma más dura de morir. Me vi envuelto en una ola de nieve, pero aún estaba vivo, iba a una gran velocidad y mis pensamientos acompañados del terrible ruido me llevaban a pensar en décimas de segundo sobre cuándo impactaría sobre la masa de hielo, cuándo se terminaría este infierno, pero dicho impacto no llegó por la ayuda de Dios sin más.


Después de unos doscientos metros de desplazamiento dentro de la avalancha, me encontraba con los esquíes puestos, la mochila a mi espalda y hasta el radioteléfono conectado. Lo que no sabía es cómo estaba posicionado con respecto a tierra. Una vez pasados unos segundos la intuición me llevó a escarbar con la mano que tenía apoyada sobre mi cara, quería despejar la nieve que me ahogaba. Fue en ese momento cuando descubrí que estaba boca arriba, en posición supino, ya que cada vez que intentaba abrirme hueco la nieve caía sobre mí. Esto fue una gran suerte, ya que si la posición hubiera sido la contraria, ¿cómo habría podido encontrar la salida? Opté por hacer bolas presionando con la nieve que recogía para que no volviese a caer. Una y otra vez seguía recogiendo nieve con ese brazo en mi vertical sin saber a qué profundidad me encontraba del exterior.

Pasado ya un tiempo pensé que mi amigo podría estar cerca de mí, aunque yo lo había dejado a una distancia considerable y posiblemente no se hubiera enterado de la fatal avalancha. El reloj lo podía ver, y vi que llevaba unos veinticinco minutos enterrado, con el brazo había taladrado la longitud del mismo, no podía ni subir más ni tampoco bajar, debía pensar qué hacer. En ese instante se desprendió de nuevo la nieve y cayó sobre mi cara, cuando pude volver a abrir los ojos un milagro se había consumado, en la lejanía apareció un pequeño agujero por el que podía ver el cielo azul. Esto me dio ánimos y empecé a dar voces sobre todo por la euforia de imaginar que alguien podía oírme, aproximadamente cada minuto realizaba un portentoso esfuerzo bucal con la esperanza de ser escuchado por mi amigo: ¡Pepe, que estoy en la avalancha! Esa fue mi rutina durante un largo periodo, en los brazos percibía un enorme frío pasajero. De repente sentí mi nombre en el exterior, parecía que estaba muy cerca, decía otras palabras, pero yo no las entendía. Esto me puso de nuevo eufórico y volví a insistir en mi posición, pretendía que por fin escuchara mis desgarradoras señales.

Pepe, mi amigo, había estado sentado durante un periodo largo de tiempo en el refugio de la Carihuela del Veleta escuchando música, y observando el reloj pensó que ya debería yo de haber vuelto del refugio de Río Seco, por lo que se incorporó y fue a ojear la ruta hasta la zona de la avalancha, escuchando de pronto mis voces, pero sin entender lo que decía. Pensó que yo estaba cruzando por un lugar que en ese momento él no podía detectar, por lo que comentó: ¡Juan, este lugar está muy peligroso, ha habido un gran alud, ten cuidado! Al no verme ya se marchaba, cuando una intuición le hizo recapacitar pensando que podía estar debajo del precipicio, se quitó los esquíes y la mochila, bajando deprisa hasta el cortado.

Había pasado más de media hora desde la primera vez que lo oí, yo seguía vociferando sin desfallecer, cavilando en la cercanía de él. Esto sin embargo era irreal, yo lo oía cerca porque estaba por encima de mí, pero él prácticamente no me escuchaba.

Sus pasos se estaban acercando, nos llamábamos el uno al otro, en una de sus pisadas noté que prácticamente tapaba el agujerito abierto por la mano de Dios, y en ese instante desgarré una voz desde mis entrañas diciéndole, ¡Pepe, que estoy aquí! Él mirando hacia abajo me dijo, ¡Hostias calvorotas, estás hecho un jabalí!, y yo viendo como mi vida volvía a resurgir le dije, ¡Escarba rápido monstruo!”
Ahora podréis comprender cuando en el inicio de este relato comenté que este artículo iba a estar dedicado a dos extraordinarios supervivientes, Juan, y por supuesto Paula, su esposa. ¿Hay algo más duro que esperar a que un ser querido vuelva del mismo infierno sin poder hacer nada por él?, ese ser querido era su extraordinario marido.

* Quisiera agradecer al autor de este artículo Juan Castillo Peralta la atención hacia mí, en una tarde inolvidable en la que hizo que mis valores hacia la vida volvieran a tener sentido.

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